Una bomba molotov puesta en los cimientos de los fundamentalismos ideológicos. Un cuestionamiento tajante a las sobadas nociones de “identidad”, tan caras a cómodos sociólogos y antropólogos de escritorio. Raras veces en la fotografía latinoamericana se ha visto tal concentración de humor e ironía, de sarcasmo inteligente y provocador decantados en apabullantes imágenes pletóricas de colores tropicales.
Personajes estereotípicos de las culturas populares de la América Hispana, charlatanes, modelos pueblerinas y amas de casa, hinchas de Maradona y del Boca Juniors y agentes de bienes raíces exacerbados hasta la caricatura perfecta de sí mismos; iconos emblemáticos de la historia de las dictaduras de derecha e izquierda que han lastrado a esta región del mundo: Fidel Castro y Saúl Menem, igualmente odiados y venerados, representan la grotesca tragicomedia latinoamericana en glorioso technicolor. Cocacolas y sus versiones locales —Inka Cola en Perú, Tropicola en Cuba—, cristos, supermanes, vírgenes y hombres araña de barro y plástico, actores principales y secundarios del granguiñol democrático escenificado ad infinitum de La Habana a la Tierra del Fuego, “un shopping center de cartón pintado que se tambalea azotado por los vientos patagónicos”, dice el autor de esta espectacular puesta en escena que refleja las paradójicas y violentas realidades americanas.
El fotógrafo argentino Marcos López (Santa Fe, 1958) ha logrado sublimar en sus imágenes el ocaso de los héroes olímpicos de una izquierda mítica y de los simiescos engendros de la ultraderecha, así como la transición a los nuevos paradigmas populares: los astros del futbol, “más banales pero más humanos”, como dice el curador español Alejandro Castellote, y añade: “Su obra es el triunfo de la copia sobre el original”.
López es, además, un autor de escasa corrección política que ha aprehendido en su trabajo el estridente mestizaje económico y cultural latinoamericano, despedazando los tabúes y estereotipos exóticos y paternalistas que tanto complacen a estadounidenses y europeos. Escribe el fotógrafo en su “Manifiesto de Caracas”: “Internalizar la mística y los ideales del muralismo mexicano para luego hacer switch y adaptarlos a los códigos actuales de comunicación de esta insensata aldea global”. Las fotografías de López —quien nunca se preocupó por saber qué era el realismo mágico— nacen entre el cadáver de la revolución y la voraz corrupción de nuestros políticos. El cielo no existe, bien lo dijo el papa.