Hay muchas versiones de La última cena: esta es la versión argentina, afirma Marcos López. Si las imágenes simbólicas trascienden las épocas históricas es porque funcionan como palimpsestos, como superficies en las que cada comunidad, a su tiempo, inscribe sus realidades y fantasias. La figura del banquete, de la mesa opulenta y compartida, ha sido depositaria, desde tiempos primitivos, de las ideas de solidaridad y hospedaje, de pacto entre pares. La representacion cristiana añade a esta mesa otros sentidos, la salvación y la trascendencia. Marcos López toma la referencia de la cena cristiana, con toda su fijeza iconográfica. Formato horizontal, plano paralelo, protagonista central, simetría, distribución discreta del dinamismo gestual en el arreglo teatral de los trece personajes… La cita es evidente, y sin embargo, todo el sentido del original se encuentra trastocado. En la mesa de Cristo nadie se aboca a la comida: pan y vino son los simbolos de la unión mística y el cuerpo de transmisión de la palabra de Dios. El grupo de apóstoles vestidos de toga se asemeja a una reunion de filósofos o a un muestrario de los pensamientos y sentimientos que inspira la revelación divina. Aqui, la mesa despliega en primer plano un desborde pantagruelico de manjares locales: damajuana, tetra-brick, y carne, mucha carne… Cuanto puede percibirse de trascendente es solo efecto residual de la composicion y de la cita. Los amigos reunidos en torno del asado, al aire libre, se entregan por completo al éxtasis del momento: comida, bebida, y amistad. No es ni mas ni menos que eso cuanto nuestro Cristo cordobés reparte, cuchillo en mano y mirada a cámara. En esta cruda realidad argentina, donde la muerte es un hecho cotidiano, donde la incertidumbre acerca del destino de ultratumba se torna tilingo frente a la incertidumbre del mañana inmediato, los muchachos ponen toda su pasión en disfrutar de ese banquete, que, por motivos mucho mas terrenos, probablemente sea el ultimo.
Tal vez no sea necesario añadir que la imagen es mas testimonial (menos artificiosa) de lo que parece, que la vivencia de ese asado, de ese largo, indescriptible encuentro de amigos, vecinos, pintores y escultores de Córdoba, en Mendiolaza, una villa de las afueras de la ciudad, puede no ser menor que el gesto estético de la toma fotográfica. Menos evidente resulte, quizas, que en torno de este Cristo no hay Judas. Si el rigor teológico promueve la distinción preclara entre el bien y el mal, la vida, con sus accidentes, sus cntrastes, sus inexplicables sinsabores, condesciende a la naturaleza impura y ambivalente del alma humana.