¿Pero acaso no era esto la muestra del nuevo trabajo de Marcos López? Y él, ¿no era fotógrafo? ¿Qué hacen aquí todos estos objetos? ¿A dónde se fueron las fotografías que hace más de veinte años venimos siguiendo? Sí hay, algunas, pocas, fotos—la de la terraza, la de adidas, las de su primera época, aquellos retratos en blanco y negro. No sólo por suerte están, sino que por suerte las podemos reconocer. Esas fotografías, a pesar de pocas, nos aseguran nuestra mirada, la contienen, la apasiguan, tan acostumbrada, ya, a ver una cierta imagen a lo Marcos López. Pero es crucial señalar que reconocemos no sólo las fotografías que sí hay en la muestra sino también a muchos, si no es que todos, los objetos—el sireno, el busto de Evita, las artesanías latinoamericanas, Bolivar, las Tres Potencias, los óleos—o bien porque casi todos ellos formaron parte de fotografías de López, ahora icónicas, de las últimas décadas o porque, como sería el caso de los óleos y del sireno, son reproducciones, en otro medio, de fotografías. En este sentido, a pesar de que todo acá nos sorprende, nada brilla por su originalidad.
Que nada haya de original es precisamente lo extraordinario de este trabajo de López. Cada una de las imágenes que fue cuidadosa y obsesivamente organizando en las últimas décadas, como un director de teatro, no dejó de sorprendernos. La maravilla, el caos, el delirio y el exceso de todas sus fotografías se hacían visibles a través de esa meticulosa puesta en escena en donde todo quedaba situado y encuadrado a la perfección. Cada una de sus fotografías ponía en evidencia lo que la historia de la fotografía ha tratado de encubrir con la retórica de la inmediatez, de lo éspontáneo, de lo documental. Por eso, ya en sus fotografías a partir de Pop Latino, López nos recordaba que la fotografía, en su origen, estuvo más cerca de de la cultura popular de las ferias de atracciones y de los espectáculos de magia que de la utopías científicas o los espacios de la cultura burguesa. Allí la llevó él. Y aquí, en esta nueva muestra, López subraya esa relación aún más: nos ha llevado a la trastienda desde donde ha producido su obra fotográfica. Nos ha llevado al teatro. No hay corte entre este proyecto y todo el trabajo anterior de López porque él no ha dejado la fotografía. La suya, aquí, es una fotografía por otros medios. Los objetos se salieron de encuadre, dejaron la escena. La fotografía salió a buscar otra vida, en ese punto que la define desde sus orígenes: su infinita reproductibilidad que la sitúa como el medio moderno que por primera vez borra el concepto de original y de origen. Toda fotografía no es más que una copia. El exceso que definió su estética fotográfica desde que ingresó en el color aquí, ahora, se ha salido del marco, se ha excedido. Aquí estamos, en el universo literal de las copias.
La fotografía que cubre la tapa del libro más reciente de Marcos López podría servir de guía o mapa en esta aventura en la que el fotógrafo—¿el fotógrafo?—nos lleva en esta muestra. Para empezar, esa foto, “Cocina”, es la primera obra de Marcos López en co-autoría—no le pertenece enteramente al artista. Y aquí, ¿a qué artista debemos atribuirle gran parte de los objetos? ¿A Marcos López? La repisa, los óleos, el busto de Evita, la figura del mártir, las artesanías paraguayas y bolivianas, la escultura del sireno—todo, casi todo, excepto, evidentemente, las fotografías—o bien las hicieron otros o en algunos casos son producto de una colaboración a entre López y otro artista o artesano. No es casualidad que “Exceso” coincida con la presentación del nuevo libro de fotografías de Marcos López, donde nos encontramos frente a la obra completa del fotógrafo. Esa suerte de cementerio que es todo libro, y más todavía un libro que ofrece una mirada retrospectiva total, encuentra en esta muestra su más perfecto contrapunto y su más allá—todo eso que está en las imágenes aparece aquí. Más allá del marco. Como ruido. Como exceso. Y también como y en sintonía.
¿Cómo interpretar ese gesto? ¿Ese borramiento, esa aparente salida del medio fotográfico? ¿Gesto anarquista? ¿Gesto democrático? ¿Gesto, entonces, político? Todo eso. Podríamos pensar en un gesto anárquico frente a la figura del artista, a la circulación del objeto de arte, una irreverencia frente a la sacralización y el valor de la “alta cultura” que atraviesa la obra de López desde sus primeras fotografías. Es también un gesto democrático ya que las voces se multiplican, y todas ellas, horizontalmente, destruyendo la verticalidad que se organiza en torno a la figura del artista en la cultura moderna. Gesto político y así proyecto utópico—al ekeko se le puede pedir todo.