Imagino que vaya entrevistar a un cuarentón alto, con pantalones rojos ajustados, una voz estruendosa y esa forma de la seguridad masculina que se resuma con independencia de que se sienta: vi la mascarada en sus fotos. Espero la excitación colorida y grotesca que hincha de ambivalencia la obra de Marcos López, pero el hombre que me abre la puerta celeste es todo lo contrario: claros son sus zuecos, sus jeans y su camisa; serenos -como un lago: igual que en el bolero- son sus ojos casi verdes; suave es su manera de hablar. "Ochentoso", define López el conjunto de su comunicación no verbal. Al observarlo resulta difícil creer que las fotos noventosas de Pop latino, su último libro, hayan salido de su cabeza. Al contrario, es fácil ver la escena originaria de su vocación: "Un psicólogo me decía que soy fotógrafo porque me gustaba mirar por las hendijas a mi tía y a mis primas en ropa interior".
Tampoco el estudio de techos altos, despojado y luminoso, parece el ámbito de este artista que escribió, en los textos que juegan con sus fotos: "pop latino: al terracota profundo de la América/ Altiplana lo cambio por rojo tahití, verde calypso o rosado escarlata". Y de inmediato: "Trabajar en lo visual con frases hechas y arriesgar por el camino de la obviedad: primer plano, gran angular, fondo, mensaje social". Y más adelante: "El estereotipo del estereotipo como un camino para ir a la esencia misma del problema".
Sin embargo, el PH del sur porteño es el lugar donde López trabaja y se encuentra con sus alumnos: "Taller de los lunes (que se dará los martes porque los lunes tengo terapia)", dice un cartel del tamaño de una pared, enrollado pero no tanto como para ocultar ese título. Y si hace falta una prueba de que se trata del territorio de López, sobre una mesa están las copias de las fotos incluidas en el libro que publicó La Marca bajo el cuidado del editor Guido Indij: algunas de ellas se llaman "Buenos Aires, la ciudad de la alegría", "Gardel preocupado", "La vaca loca", "Carnaval criollo".
El contraste parece una seña particular en este santafesino que jugaba al tenis e iba a cursar Ingeniería a la Universidad Tecnológica Nacional en el Fiat 600 que le prestaba su mamá, hasta que un día de 1982 cambió de vida. Advirtió que había crecido muy contenido, sin ver el mundo horrible de la dictadura y sin saber que quería ser fotógrafo. Viajó a Buenos Aires, corrigió el rumbo hacia una formación autodidacta en lenguajes visuales, pero también hacia Cuba: estudió en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y publicó un primer libro, tan distinto de Pop latino: el Primer Premio de la Fundación Andy Goldstein, Marcos López Fotografías. "Poses largas, climas provincianos y composiciones clásicas", describió estos retratos en blanco y negro. De inmediato se propuso salir de esa textura melancólica para experimentar con el color.
Con otros artistas creó el Núcleo de Autores Fotográficos, que durante tres años fue un ámbito para la discusión, la crítica y la investigación. También volvió a Cuba, donde hizo un taller de guión para televisión con Gabriel García Márquez, y abrió las puertas a otras dos disciplinas: la plástica, en proyectos colectivos como La Kermesse o La Conquista con Liliana Maresca y Marcia Schvartz, y el periodismo de El Porteño a Clarín. Hizo documentales ¬uno, reciente, el video sobre la artista Nicola Costantino-, iluminación y fotografía en largometrajes, publicidad, arte de tapa para Sergio Pángaro. Y trabajó en Pop latino, que en las distintas etapas de su desarrollo se exhibió en Venezuela, Francia, España, Estados Unidos y Argentina, donde pasó por la Fotogalería del Centro Cultural Ricardo Rojas.
Si el título puede leerse -según pide uno de los textos del libro- como "pop de popular y latino de América latina", ¿qué clase de arte político es Pop latino?
Un arte político que se nutre de la angustia que causa percibir el drama socioeconómico en que estamos inmersos. Me interesa hablar de Argentina, reflexionar sobre por qué estamos como estamos. Miro como si fuera un ensayista: vivimos en un país al que ayer vinieron los abuelos y al que hoy conducen políticos con asesores de Agulla & Baccetti... Soy un artista comprometido con lo social; me sale así. Mis parientes son todos trabajadores, yo soy de provincia, mi abuela era una modista española... Me interesa hablar de esa emoción. Por ejemplo, voy con el auto y paro porque veo la textura del subdesarrollo en un quiosco: un cartel que dice "Todo por un peso", pero antes decía "Todo por dos pesos". Si fotografío un negocio de Constitución donde venden unas hamburguesas altísimas por un peso, al mismo tiempo hago posar a la camarera con un estereotipo que me viene de las películas años 50. La pobre chica está con una cara... gana trescientos pesos... "Sonreí", le digo. "¿Cómo te llamás?". Me dice que se llama Valeria. Le pido: "Bueno, Valeria, agarrá la hamburguesa y sonreí". Creo que eso es arte político.
¿Por eso escribió: "Declaro a la fotografía heredera natural del muralismo mexicano en los 90 digitales"?
Me salió una especie de arenga: 'Compañeros artistas, salgamos a hacer una imagen que muestre esta algarabía menemista'... Empecé a mirar desde el subdesarrollo. Me fui a vivir a Córdoba, en vez de Nueva York. Me interesa el chalecito de Carlos Paz, cierto progreso de clase media: el lago San Roque con un velerito de fondo y las señoras con un balón. Un estereotipo también puede ser que la chica con la hamburguesa en Constitución pose con el mismo gesto que Diane Arbus fotografiaba en los años 50 norteamericanos. Puede ser un estereotipo de figura y fondo, o de denuncia social, de buenos y malos, izquierda y derecha... Por eso me gusta hablar de los muralistas mexicanos: ponían los trabajadores, los malos, la CIA, los ricos... Eran como obvios, me parece, en el desplegar del tema.
¿Cuáles son los estereotipos que predominan en su obra?
Trabajo casi con la historieta. Un cubano comiendo una papaya delante de un local de Benetton en La Habana. El cartelito de las rosas de dos pesos: en la foto la cara del que lo sostiene está cortada, pero atrás -como soy medio barroco, un barroco latino- pongo un negocio con otro cartel, uno de panchos por un peso. Me interesaba mostrar la hilacha: los guantes son de Taiwán, las escenografías son mías... Un tipo envuelto en morcillas es un chiste sobre lo nacional; pero la idea sale de una textura que me da impresión. También tiene que ver con el absurdo y con una obviedad visual: blanco/negro, figura/fondo. El tipo es blanco y las morcillas son negras. También hay una cita de Robert Mapplethorpe, en versión subdesarrollada... En una buena idea visual conviven muchos elementos sociales, culturales, táctiles. Por ejemplo, Argentina-carne-gaucho-la pampa tiene el ombú y el puchero el caracú: primer plano de gaucho con ombú de fondo. Y al curador de un museo de Suecia le digo: "Mire, acá están el gaucho y la pampa. Si no entiende, vaya a buscar artistas a otro lado".
¿Sus temas son exclusivamente nacionales?
En la Feria de Arco sentí que nadie le daba mucha pelota a mi obra y mucho no me gustó. Pero no me puedo quejar porque siempre trabajé sobre la textura de lo nacional: no puedo volver veinte años atrás. Me interesa más que alguien que viva acá, a la vuelta de mi casa, y que tenga una edad más o menos parecida a la mía, entienda lo que trato de hacer poéticamente con la imagen. Me interesan los interlocutores de mi entorno. Cuando me pongo a pensar (aunque a lo mejor las mejores fotos salen cuando no pienso), digo: "Quiero hacer una fotografía argentina". No sé si estoy orgulloso de ser argentino, pero soy. Hay texturas emocionales que uno siempre lleva consigo. Juan José Saer, por ejemplo, escribe sobre Argentina desde Francia; Marcia Schvartz, una de las fotos del libro, "Tía Negra lavando ropa", se nota que me interesa Andy Warhol, por el modo en que el pop art hizo reflexionar sobre los medios, la publicidad y el arte: es un aviso de jabón. Pero al mismo tiempo la foto tiene el río donde escribió Juan pinta indias guaraníes y creo que habrá salido de Buenos Aires dos veces en su vida. En L. Ortiz y donde yo me crié. A veces digo que no podría fotografiar en otro país. No sé. Creo que no me interesa.
¿En un campo de intereses tan local, ¿cómo entra América Latina?
Argentina es América Latina. Me agarra una cosa bolivariana, entre el Barrio Norte y el Caribe, y digo: "América me pertenece". América me interesa. El tema andino ha sido muy transitado en la fotografía: es un estereotipo. A mí me gustaría romper ese estereotipo. No sé cómo.
¿Puede ser la ironía un elemento de esa ruptura?
Los estereotipos aparentan liviandad en la elección de los temas y permiten soltar la angustia a través de la ironía. Hago chistes porque soy un reprimido que vive con un nudo en el estómago; por eso escribí en el libro: "Evitar lagrimear por miedo de llorar hasta morir". Me parece que en algunos aspectos tengo la sensibilidad muy a flor de piel. Habré ido poniéndole corazas a lo largo de toda la vida, para poder transitar en este mundo. La ironía es parte de mí, y me parece que lo mejor que puedo hacer es expresarla con sinceridad. Así lo que hago puede tener una veta de autenticidad. Además, la ironía tiene que ver con la ternura: quiero estar alerta para que me pueda salir una cosa tierna... Si yo pudiera decirle a un amigo que lo quiero mucho, o a una chica que no puedo vivir sin ella... Si eso me saliera más fácil, no tendría que estar haciendo estas cosas que hago. Soy una persona trabada que, gracias a Dios, se destraba con la mascarada... Pero me gustaría ser menos irónico, encontrar otra manera de reflexionar sobre este mundo tan descarrilado... Como hacen las cantoras populares andinas con las bagualas: en esas voces quebradas no hay ironía, no hay nada más que lo que hay. Trato de meter esa poética en el cartón pintado del Once: el colorinche contiene dolor. Puse la ironía para hablar de los yuppies menemistas. Pero ahora estoy cansado. Si fuera músico me gustaría tocar más tranquilo el violín.
¿Está a punto de hacer otro cambio, como cuando pasó del blanco y negro al color?
Me gustaría viajar por el interior, quedarme tres días en Gualeguaychú y registrar cosas sin tanto chiste. O ir, por ejemplo, a Formosa, una provincia muy interesante en mi mundo imaginario: pobre, calurosa, siempre de tránsito... ¿Qué hay en Formosa? Hacer un libro sobre Argentina donde haya tres fotos que abajo digan "Formosa"; eso me gustaría. El Chaco, tal vez la textura urbana de Resistencia... Contar el empobrecimiento del país, la manera en que lo están vaciando, desangrando... Y contarlo con un tono poético, sin chiste. Decir: "Señores, miren: esto quedó". O podría hacer un reportaje sobre los trabajadores de la caña: tradicional, clásico, como cuando empecé... Me gustaría hablar de algo más introspectivo, tal vez porque como me siento medio desorientado en el mundo, tengo ganas de ahondar en dimensión más espiritual.. Me interesa más el yoga que la fotografía, por ejemplo. Me gustaría más hacer yoga todas las mañanas que andar por ahí sacando fotos. Es complicada la fotografía.
¿En qué consiste la complicación de la suya?
La fotografía es un ejercicio de trabajo con lo real. Las luces, las emociones y dos personas paradas a las que les digo cosas para que miren de tal o cual manera... Importa la credibilidad: el eje de la fotografía es un juego con la realidad. No es lo mismo poner una actriz en una foto. Existe un código, como un misterio, que hace que algunas fotos no se olviden. Creo que sacar fotos me sale bastante fácil, pero como soy muy neurótico, me cuesta relajarme y tener placer, trabajo en un estado de tensión permanente. Estoy pensando que el dueño que me prestó el tar aburriendo, o que pongo mal el diafragma, o que el blanco compone mal y tendría que haber elegido un vestuario verde claro... En el instante, siento que no me puedo equivocar mucho: "Mañana no voy a venir de nuevo a hacer esta foto porque no tengo tiempo, porque ya gasté guita en esta producción", pienso, pero miro por el agujerito y veo que no es lo que pensaba. Veo un barco que se puede hundir: "¿Cómo lo salvo?", me pregunto. Y le digo a un asistente: "Agarrá el muñeco aquel, correlo para acá", o me autocensuro mucho.
¿A qué se refiere?
En mi trabajo hay una censura, como una voz que dice: "Esto no se hace". Tal vez la iglesia, o tal vez las marcas de la dictadura, ese machetazo que cortó en diagonal a tres generaciones... Cuando tengo sueños en los que me secuestran o meten preso, mi homeópata -siempre me gusta citar a un profesional de la salud- me dice: "Marcos, tranquilo, que vos te castigás solo". Por ejemplo, no quise incluir en el libro la foto de la Reina del Trigo: "¿Por qué tengo esta mirada tan crítica?", pensé. A mi mamá no le parece así: "Por qué no te dejas de joder -me contestó, cuando le pregunté-, la chica va a estar feliz de estar en un libro". Me da miedo ser malo, burlón, canchero, soberbio: ser boludo. Pero aunque soy muy temeroso, pude hacer bastante. Pienso en otros artistas, como Mapplethorpe o como Francis Coppola, que dijo "Tiremos napalm en la selva"... Pero, gracias a Dios, debo tener una brecha de valentía y hago la imagen. No dejo que los fantasmas se apoderen de mí.
Si por un momento fuera uno de los autores contemporáneos sobre los que se habla en su taller de los lunes, ¿qué pistas de sus procesos creativos resaltaría?
Diría que la idea inicial sale de una emoción que yo piense sincera. Veo una prostituta dominicana en la zona de Constitución, por ejemplo. Pararía el auto y me largaría a llorar ahí. Me quedo triste por lo menos diez cuadras. Pienso: "Esta piba está acá, la familia está lejos, la trajeron desde Santo Domingo..."
Y a esa emoción le pongo atrás un cartel de Canal 13 con sus radares, la autopista de Constitución... en un sentimiento oscuro, lo absurdo como una puerta lateral para respirar. Lo absurdo como una bocanada de oxígeno. Hablaría también de los personajes duros, rígidos: mi fotografía es muy contenida. Y hablaría de la imaginación: el tipo de foto que hago, la imagen que genero, viene de una previsualización que después trato de poner en escena. Por eso mis fotos son puestas en escena. No soy un cazador de imágenes.
¿Se siente más cerca de otras disciplinas que trabajan con imágenes más construidas que capturadas?
Me interesan el cine, el video y la pintura. Se supone que la fotografía tiene lenguaje propio, que no aspira a ser como la pintura, por eso expuse mis pinturas como una especie de transgresión: "Soy fotógrafo, pero me da la gana pintar. Y pinto". Me interesa David Hockney: hago versiones subdesarrolladas, como citas, de sus composiciones con polaroids. Como el mundo exterior es tan duro, ya no saldría a la calle: me quedaría en mi casa a pintar, que es una manera de pensar. Cuando estoy pintando puedo estar pensando en la vida, en mi infancia, en el amor, en la ética, en alguien. En eso me doy cuenta que el color que estoy usando no está bien, y busco otro... Puedo estar varias horas así. Es un ejercicio, no sé si filosófico o de meditación.
También comenzó a escribir: Pop latino incluye textos suyos. ¿Cómo es su relación con la palabra escrita?
Siempre pensé que la escritura le pertenecía a otro, pero pude tener la experiencia de esa emoción. Fue muy buena: me sentaba en la computadora, no me salía nada, y de repente aparecía algo que sonaba con la frase anterior, como una intención poética, que en algún punto es una imagen... y dije: "OK, esto es escribir". Como una especie de valiente, como alguien que sale a la calle disfrazado de ridículo, me lancé a escribir. Los textos del libro me gustan, aunque quedaron medio duritos porque los corregí mucho. Me gustaría escribir textos con la sencillez de un mail: una escritura que se manda en el momento -plum: send- casi sin corrección. Esa espontaneidad busco.
¿y el cine? ¿Le sigue interesando?
Sí. Siempre me quedé culposo: "¡Que lástima que no pude hacer cine!". El cine es el gran arte. Estudié y, como era más o menos despierto, parecía que iba a ser un cineasta. Pero me cuesta mucho estructurar una historia, me siento medio incapaz de trazar un recorrido de principio-desarrollo-final. La foto contiene una historia encerrada, no hay que desarrollarla. A veces pienso en la suerte que tienen los cineastas, en esos días en que quiero ser otro... Pero me digo: "No, Marcos. Vos sos fotógrafo. Hacé tus cosas".